Una estridente bocina nos interrumpió en el último sueño. Subimos a cubierta rápidamente. Un par de buques se percibían a unos sesenta metros nuestros. Ambos barcos, de grandes dimensiones, parecían querer encontrarse puesto que se dirigían a un mismo punto.
Y así fue. Al situarse uno al lado de otro, un tripulante de uno de los barcos extendió una plataform hacia el otro, por la que caminó hasta llegar a la cubierta del segundo barco. Allí se encajó la mano con un tripulante de ese segundo buque. Ambos vestían una larga gabardina y un sombrero que le ocultaba en parte sus rostros. Uno de ellos extendió una bolsita al otro, quien la abrió y sacó algo de su contenido. Los prismáticos nos permitieron saber de qué se trataba: unas piezas y pequeñas que, sin duda, no podían ser otra cosa qu dientes.
Tras un gesto de afirmación, del primer al segundo barco empezaron a circular, con la ayuda de más hombres de gabardina y sombrero, una serie de cajas de madera en el exterior de las cuales se anunciaba: "Dientes de leche".
Los siguientes documentos muestran lo visto:
La situación nos había dejado absortos. Pero lo que realmente nos dejó boquiabiertos fue darnos cuenta de que, junto a la barandilla del buque, se encontraba un ratón vestido con ropa humana, rodeado de sacos de dinero, y con una gorra en la que se leía "Ratoncito Pérez".
La piel se nos puso de gallina y decidimos alejarnos un poco. Esa gente era peligrosa, eran gángsters y contrabandistas de la ilusión de muchos niños. Fuertemente impactados, hasta mañana.